Saturday, August 12, 2006

Hendlerismos y Giro Hendleriano: Estoy de acuerdo con él critico, pues para mí, Daniel Hendler es un perfeccionista y su actuación es detallista y magnífica!

Hendlerismos: Lo que para los más fanáticos podrían denominarse "hendlerismos": la mirada atenta y tardía a la vez, el gesto cuidadamente nervioso y esa oralidad cotidiana y única en total discordancia con la tensión de la acción que está teniendo lugar.

Giro Hendleriano: Y también está lo que denominaré el "giro hendleriano", perfectamente llevado a escena cuando Toledo, con resolución y timing castrense, decide arremeter con un glorioso saché de leche contra el auto del infame visitador de su novia.

En todos los casos, el resultado es cinematografía pura.

Dirección de la Comunidad: "El Fondo del Mar"

http://www.orkut.com/Community.aspx?mm=16147365



La ópera prima de Damián Szifrón, guionista y director del ciclo "Los Simuladores", parece llegar a las salas porteñas como un tubo de oxígeno que airea cierta pobreza de los estrenos semanales.

El fondo del mar (Idem. Argentina, 2003)
Director: Damián Szifrón
Intérpretes: Daniel Hendler, Gustavo Garzón, Dolores Fonzi, Ramiro Agüero, Ignacio Mendi.


"Lo más lejos que hay, es el fondo del mar" Jaime Roos

Ezequiel Toledo es un futuro arquitecto que parece tener una vida tan exigua como acartonadamente dichosa. Entre su fanatismo por la práctica de buceo, sus estudios y su noviazgo, parece llevar una vida normal. O casi, porque son justamente su vida conyugal y sus celos, el motor de una historia de obsesiones y persecución nocturna. Como en El Infierno de Claude Chabrol, el protagonista se obsesiona con su amada y al descubrir atrozmente que hay alguien más entre él y su novia caerá en el pecado capital del amor: la obsesión. Pero si en el film francés todo los temores del protagonista parecían llevar hacia la tragedia, El fondo... patea el tablero del género y construye una comedia de suspenso o, acaso, un thriller antirromántico. En este sentido la obstinación del protagonista por averiguar quién es el tercero en discordia y de dónde conoce éste a su novia, lo lleva enfermizamente a perseguir a un desconocido del que no sabe demasiado. Y al final de tal seguimiento, (la más sensiblemente patética y humana persecución automovilística de la historia del cine argentino) Toledo termina descubriéndose a sí mismo.
El protagonista, el uruguayo Daniel Hendler, que ya recibió merecidos elogios por films anteriores como Sábado, Esperando al mesías o esa joya de la cinematografía charrúa que es 25 Watts, se consagra definitiva y rotundamente gracias a una performance perfecta y a un guión (destaquemos, obra del mismo director) que nos hace pensar que fue elaborado con él en mente. Es que Hendler actúa con la palabra, con los ojos, con los hombros. Con el cuerpo entero despliega definitivamente sus más ingeniosas habilidades actorales. Lo que para los más fanáticos podrían denominarse "hendlerismos": la mirada atenta y tardía a la vez, el gesto cuidadamente nervioso y esa oralidad cotidiana y única en total discordancia con la tensión de la acción que está teniendo lugar. Y también está lo que denominaré el "giro hendleriano", perfectamente llevado a escena cuando Toledo, con resolución y timing castrense, decide arremeter con un glorioso saché de leche contra el auto del infame visitador de su novia. En todos los casos, el resultado es cinematografía pura. No hay que olvidar la capacidad de los coprotagonistas. Dolores Fonzi como la femme fatale porteña y universitaria de clase media, por la que más de uno terminaría en las vías del tren (si, me incluyo) y Gustavo Garzón, en un extraordinario papel como Aníbal, tan terapéutico como sicópata, en el que afila, agudiza y mejora el personaje de su anterior film, Gallito Ciego.
Por sobre todas sus inmejorables cualidades, este vital y notable film es destacable por la inteligencia que lo domina y lo lleva a buen puerto hasta su fin. El fondo (de la cuestión, del mar, de nuestras acciones, deseos y afectos) al que alude el título no termina convirtiéndose en refugio de la incomunicación solipsista, en símbolo de la adolescencia tardía, uterina o indolente. Aquí, todo lo contrario, el protagonista no se hunde sino que se zambulle munido de snorkel y neoprene hacia abismos iluminados, hacia una nueva vida. Y, tal vez, hacia un nuevo amor.

Nicolás Pichersky
Jueves 28 de agosto de 2003

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