Sunday, October 07, 2007


EL CONFESIONARIO

Daniel Hendler: "De chico me iba bien con las mentiras"

Nacido en Uruguay, dejó Arquitectura para seguir su vocación de actor, que descubrió de niño. De grande, los festivales de cine y su talento le dieron la razón.
Rodeado por una nube de mosquitos —algo así como el precio que hay que pagar para que pueda fumar en algún sector del bar—, le pone palabras al día en el que descubrió que, solito él, había torcido su propio camino: "Al principio iba a un lugar y observaba los espacios, todo lo pensaba espacialmente. Hasta que noté que esa concentración se fue perdiendo. Es más, en la última entrega que presenté en la facultad apliqué más de lo que estaba leyendo sobre teatro que de construcción en sí". En esa época, el arquitecto que Daniel Hendler iba a ser le cedió el lugar al actor que no sabe de fronteras. Ni de límites, en su real concepto de tope.

Nacido en Uruguay hace 31 años, instalado en la Argentina desde hace 3 y triunfador en Alemania —ganó un Oso de plata en el Festival de Berlín por El abrazo partido—, confiesa, sin embargo, que "nunca me sentí un actor de raza. Siempre me vi más como un espectador al que le dieron ganas de meterse adentro de las películas o las obras y a veces eso me juega en contra. Quizás no tengo la facilidad de zambullirme en la pileta creativa rápidamente. Soy de tiempos más largos".

Tal vez en esa frase final se refleje entonces su modo pausado, su respeto por el silencio, su intención por encontrar la palabra justa, sus segundos tomados para hacer de la entrevista una cálida charla intimista a cielo abierto, con un cortado y un cigarrillo que lo tiene de nuevo en el vicio.

"Había dejado de fumar, pero retomé porque el último personaje que hice era fumador. También tuve que bajar nueve kilos... fue la primera vez que produje un cambio físico para componer, y me vino bien porque entendí que la concentración en lo corporal te pone en un estado de asociación directa con el tipo al que estás interpretando", explica el protagonista de Los paranoicos, la película que acaba de rodar Gabriel Medina.

Por estos días ensaya una obra para un homenaje que organiza la Embajada de Francia, cuyo título traducido sería Justo el fin del mundo. "Este año lo tengo más armadito que el año pasado. Pero igual no desespero cuando no salen propuestas. Tengo una especie de plan B, que es la escritura y, eventualmente, la dirección... Estoy escribiendo el guión de una película que desearía filmar algún día. Por suerte me gustan muchas cosas y no suelo aburrirme. Siento placer leyendo o escuchando música. Es verdad que si pasa mucho tiempo y no aparece ningún proyecto, puede que me ponga muy ansioso y me cueste leer y escuchar música", suelta, con gracia, el uruguayo que se hizo conocido del otro lado del río con una evocativa publicidad de telefonía.

Luego se produjo su desembarco en el cine, con Esperando al mesías, de la mano de Daniel Burman, el director que siempre lo tiene en la mira. Y en la pantalla. El trabajo y el amor —está en pareja con la cineasta Ana Katz— hicieron que aquellos viajes esporádicos convirtieran su visita en una estadía. Y ahora la visita la hace, al menos una vez por mes, por los escenarios afectivos de Montevideo, donde viven sus padres, sus "amigos de siempre" y las postales de una infancia que le instalan una sonrisa cuando activa la memoria.

"Volvía del cine y me encerraba en el baño para reproducir lo que había visto. Ahí sabía que nadie me podía interrumpir. A los 6 años mi madre me llevó a ver un espectáculo de pantomima en las calles de Montevideo y quedé sorprendido. Después yo lo repetía en las fiestas familiares y todos aplaudían. A los 13 tomé unas clases y luego dejé, porque reconozco que el mundo de la pantomima no me gusta tanto... Estaba por decir los mimos no me gustan tanto, pero iba a sonar medio desafectivo", se sincera el capricorniano que encuentra en su camino otro adoquín clave de su vocación: "De chico me iba bien con las mentiras. Inventaba historias, las sostenía y experimentaba cómo era eso de hacer creer algo".

Aquellos buenos viejos tiempos le pasan posta a los "por venir" y entonces admite que "para un futuro, la escena de estar en mi casa escribiendo me agrada quizás más que la de estar actuando únicamente. Soy muy casero".

¿Dónde imaginás esa casa?

Es una escena abstracta, pero siempre le digo a mi mujer, en chiste, que Uruguay es un lugar ideal para ser viejo. Aunque creo que viviré acá y extrañaré cosas de allá.

Silvina Lamazares - El clarín

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